"Aquellos que fueron vistos bailando eran considerados locos por aquellos que no podian escuchar la musica" F.N.

1.07.2012

Esquema de Salomé - José Ortega y Gasset

Salomé fue una princesa idumea, hija de Herodes Filipo y Herodías, e hijastra de Herodes Antipas (hermanastro de su padre) esta relacionada con la muerte de Juan el Bautista (según el Nuevo Testamento), quién habría criticado la actitud pecaminosa de sus padres. Por lo que fué apresado, más no ejecutado por medio a provocar una ira popular.
Según la tradición, Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro, el cual, entusiasmado, se ofreció a concederle el premio que ella deseara. Pidió, siguiendo las instrucciones de su madre, la cabeza del Bautista, que le fue entregada en bandeja de plata.
Para muchos es considerada la imagen de una mujer malvada, manipuladora y caprichosa; sobre todo ante los hombres. Sin embargo, Ortega y Gasset se figura la personalidad de ésta mujer como alguien sumamente inseguro, lo cual la lleva a un comportamiento individualista. Éste filosofo detecta allí una necesidad de reafirmar frente a los demás continuamente cuán importante es, de modo que no pueda ser descubierto por nadie cual es el verdadero valor que se da a si misma. La necesidad y el esfuerzo constante por captar la atención ajena no es más que la clara afirmación de que una persona no cree ser capáz de generar atracción con su simple existencia, sino que debe crear situaciones ajenas a su propia naturaleza para ser identificada en una multitud, y por consiguiente valorada; aunque no sea más que con un disfraz, una hipocresía. Es allí donde comienza un nuevo giro en éste círculo vicioso ya que ella sabe que la atención lograda tampoco es una atención hacia ELLA.



-"En la morfología del ser femenino acaso no haya figuras más extrañas que las de Judit y Salomé, las dos mujeres que van con dos cabezas cada una: la suya y la cortada.”-
Es curioso que en toda especie de realidades se presentan casos extremos donde la especie parece negarse a sí misma y convertirse en su contrario. Son naturalezas fronterizas que, por decirlo asi, pertenecen a dos reinos confinantes, como ciertos animales que casi son plantas, o ciertas sustancias químicas que casi son plasma viviente.
Yace en ellas el equivoco propio de todo lo que es termino y extremo, asi, el perfil de los cuerpos, que es la línea en que terminan, no saben bien sí les pertenece a ellos o al espacio circundante que los limita.
Una meditación seriamente conducida, que no se pierda en los arrecifes de las anécdotas ni en una causistica de azar, nos revela la escencia de la femeneidad en el hecho de que un ser sienta relizado plenamente su destino cuando entrega su persona a otra persona. Todo lo demás que la mujer hace o que es tiene un carácter adjetivo y derivado. Frente a ese maravilloso fenómeno de masculinidad opone su destino radical, que la impulsa a apoderarse de otra persona. Existe, pues, una armonía preestablecida entre hombre y mujer; para esta, vivie es entregarse; para aquel, vivir es apoderarse, y ambos sino, precisamente por ser opuestos, vienen a perfecto acomodo.
El conflicto surge cuando en ese instinto radical de lo masculino y femenino se producen desviaciones e interferencias. Porque es una plenitud y pureza. La clasificación que hacemos de los seres humanos en hombres y mujeres es, evidentemente, inexacta; la realidad presenta entre uno y otro termino innumerables gradaciones. La biología muestra como la sexualidad corporal se cierne indecisa sobre el germen hasta el punto que sea posible someterlo experimentalmente a un cambio de sexo. Cada individuo vivo representa una pecualiar ecuación en que ambos generos participan, y nada menos frecuente que hallar quien sea “todo un hombre” o “toda una mujer”. Esto que acontece.
(…) la planta Salomé nace solo en las cimas de la sociedad. Fue en palestina una princesa mimada y ociosa, y hoy podrá ser una hija de banquero o rey del petróleo. Lo decisivo es que su educación, en un ambiente de prepotencia, ha borrado en su espíritu la línea dinámica que separa lo real de lo imaginario. Todos sus deseos fueron siempre satisfechos y lo que era indeseable quedaba suprimido de su contorno. El dato escencial de su leyenda. La clave de su mecanismo psicológico está en el hecho de que Salomé obtiene todas sus demandas.
Como para ella desear es lograr, han quedado atrofiadas en su alma todas aquellas operaciones que los demás solemos ejercitar para conseguir la realización de nuestros apetitos. Las energias, de esta suerte vacantes, vinieron a verterse sobre la turbina del deseo, convirtiendo a Salomé en una prodigiosa fabrica de anhelos, de imaginaciones, de fantasias. Ya esto significa una deformación de la femenidad. Porque la mujer normalmente imagina, fantasea menos que el hombre, y a ello debe su mas fácil adaptación al destino que le es impuesto. Para el varon, lo deseable suele ser una creación imaginativa, previa a la realidad; para la mujer, por el contrario, algo que descubre entre las cosas reales. Asi, en el orden erotico, es frecuente que el hombre forje a priori, una imagen irreal de mujer a la que dedica su entusiasmo. En la mujer es esto sobremanera insolito, y no por casualidad, sino merced a la sequía de imaginación que caracteriza la psique femenina.
Salomé es fantaseadora a lo varonil, y como su vida imaginativa es lo mas real y positivo de su vida, contrae en ella la feminidad una desviación masculina. Anadase a esto la insistencia con que la leyenda alude a su virginidad intacta. Un exceso de virginidad corporal, una inmoderna preocupación de prolongar el estado de doncellez suele presentarse en la mujer al lado de un carácter masculino. Mallarmé vio certeramente suponiendo a Salomé frígida. Su carne, prieta y elástica, de finos musculos acrobáticos –Salomé danza-, cubierta con los resplandores que emana de las gemas y los metales preciosos, deja en nosotros la impresión de un reptil inviolado.
No seria mujer Salomé sino necesitase entregar su persona a otra persona; pero mujer imaginativa y frígida, la entrega a un fantasma, a un ensueño de su propia elaboración. De esta suerte su feminidad de escapa toda por una dimensión imaginaria.
Sin embargo,con ocasión de su amorosa quimera, descubre al cabo Salomé la distancia entre lo real y no fantástico. El tetrarca poderoso no puede fabricar un hombre que coincida con la imagen instalada en aquella audaz cabecita. El caso se repite invariable: toda Salomé arrastra en medio de la opulencia una vida malhumorada, displicente y, en el fondo, macerada por la acritud. Echa de menos el soporte material sobre que pueda descargar su creación fantasmagórica y, como quien prueba trajes a maniquíes, ensaya el irreal perfil de su ensueño sobre los hombres que ante ella transitan.
Un día de entre los días cree, por fin, Salomé haber hallado en la tierra la incorporación de su fantasma. No intentemos ahora averiguar por qué.  Tal vez solo se trata de un quid pro quo: la conciencia de su paradigma con este hombre de carne y hueso que llaman Juan el Bautista es más bien negativa. Solo se parece a su ideal en que es distinto de los demás hombres. Las Salomés buscan siempre un varón tan distinto de los demás varones, que casi pertenece a un nuevo sexo desconocido. Otro síntoma de feminidad deformada. El Bautista es un personaje peludo y frenético, que vocea en los desiertos y predica una religión hidroterápica. No podía Salomé haber caído peor; Juan Bautista es un hombre de ideas, un “homo religious”; el polo opuesto a Dom Juan que es “homme a femmes”.